¡Cuántas cosas pasarían si giraras un poco, muy poquito, el dial. Pero le sigues dando al botón para elegir entre el menú que han preparado para todos. Y no, no es para tí. No, no eres especial.
Pero todo puede cambiar.
En alguna calle de Huelva, Pérez estaba tan hastiado de su sueldo de mierda como de su coche veinteañero que su mierda de sueldo no le permitía jubilar. Como siempre, escuchando su 91.3 FM, tras dejar a sus hijos en el cole. Como siempre, la radio no se escucha bien y hay que girar el dial. Pero, esta vez, sus dedos se quedaron congelados en el 91.6 FM.
Al autónomo Peláez, taxista, perro viejo como escuchante de radio, le gustaba jugar con la rueda del dial para unirse a conversaciones ajenas y hacer amigos. Tenía un equipo de radio en su taxi. Era radioaficionado. Y él también sintonizó el 91.6 FM por casualidad. Tuvo que parar el taxi de mala manera en carga y descarga para escuchar; paralizado.
Pérez dio la vuelta en redondo y sacó a su viejo coche todo lo que daba de sí. Cuando volvió al colegio, se fue directo a las aulas de sus hijos, sudando y con ojos rojos de desesperación. Abrió y cerró las puertas sin ver las miradas alucinadas de los alumnos y los maestros. Al darse cuenta de que no pasaba nada, se sentó en el suelo apoyando la espalda en la pared y, llorando de consuelo, llamó a la policía en el mismo momento en el que el director del colegio también lo hacía.
Peláez tiró de sus contactos de radioaficionado para expandir el 91.6 FM de Huelva a toda España. Estaba aterrorizado y quería ayudar difundiéndola. Rápidamente se pudo escuchar en streaming esa radio pirata en toda España por internet.
La radio que retransmitía en 91.6 FM se convirtió en lo más oído y buscado en todas las redes sociales. Los cincuenta y dos contactos de Peláez se multiplicaron por los cincuenta y dos contactos que podría tener cada uno de ellos y así multiplicándose.
Esa mañana, los colegios tuvieron que interrumpir las clases por la afluencia de padres y madres que iban desesperados suplicando que lo de la radio no estuviera pasando en el cole de sus hijos.
Los padres respiraban aliviados. Los hijos, espachurrados entre los brazos de sus padres, preferían estar en clase que ver a sus padres haciendo el idiota. «Menos mal que no son sólo los míos», pensaban.
Pero la radio seguía sonando. Y aunque todos estaban bien, aunque no había noticias reales de que a alguien le estuviera pasando lo que se escuchaba, todos estaban a una. Y, ¿qué se hace en estos casos? ¡Manifestación!
Multitudinaria. De las que, si tu vecino sabe que no vas, hace que su perro se cague en tu felpudo. Millones de personas por las calles de todo el país exigiendo seguridad en los colegios y pena de muerte para los culpables.
Analepsis:
-Ernesto, la radio está vieja, nadie la escucha. Si fuera por televisión, todavía. Pero lo mejor sería difundirlo por redes sociales.
+No. La radio es arqueología. Alguien encontrará esto y tendrá más credibilidad. Con un solo vigilante en el Titanic, todo el pasaje se enterará de que se hunde. Y ya nadie se acuerda de Orson Wells. ¿Para cuánto tenemos repertorio?
-Tres días sin repetirse.
+Suficiente. Nadie se acuerda ni de lo de ayer. ¡Empezamos!