Con papá

Era de las guapas que no saben que lo son o que lo saben pero no les importa.

Sentada en su sillón favorito y habitual, notaba en el envés de su lado bueno de la cara el calor del sol ya mortecino del otoño a las cinco. Se entretenía rascando la sustancias resecas de los brazos del sillón, producto de tantas comidas y tantos errores en ellas y, aunque estaban razonablemente limpios, su exacervado sentido del tacto le hacía descubrir partículas insignificantes para una persona normal y las categorizaba incluso por el aroma, símplemente con la información que le llegaba de sus yemas y de su pituitaria.

Cuando debía ser la hora de cenar comenzaron las vibraciones. El calor se había ido de su mejilla fea y le pareció que no era hora de hacer ruido.

-¡Papá! ¡Qué pasa!

Ella era paciente y su padre lo sabía, pero él siempre intentaba no hinchar demasiado el globo.
Fue hacia ella, le cogió las manos como cuando el padrenuestro en misa y le dio dos golpes de índice a índice. Así ella supo que todo iba bien. Después, con su meñique, le dibujó en la mano un rectángulo y lo rellenó de rayas y líneas sin sentido aparente pero que a ella le hicieron reír.

-Papá, ¡qué desbarajuste!

Y se disfrutó feliz viéndose desde fuera durante un rato mientras su padre redecoraba el salón de la casa. Como cuando era niña.

Su cara le dijo que iba refrescando. En breve vendría su padre para cenar. Estaba a punto de levantarse cuando sintió una gran vibración. Se cerró la puerta principal. Pero no había notado la vibración del timbre que se siente en el sillón. Algo raro había pasado y prefirió quedarse sentada hasta que viniera su padre.

Pasaba el tiempo y no venía; debía estar atareado con sus cambios de mobiliario. Pero era inusual porque, para que ella supiera siempre en qué momento del día estaba, él hacía las cosas siempre a la misma hora. Era muy extraño.

Pasado un rato, ya preocupada, notó que había gente alrededor, hablando seguramente. Pero no eran vibraciones conocidas. Si eran invitados, su padre se lo hubiera dicho como otras veces. Empezaba a sentir miedo. ¿Dónde estaba su padre?

-¡Papá!

La respuesta ante la llamada podía demorarse un segundo, si su padre estaba a su lado, o un minuto como mucho, si estaba en otra parte de la casa. El diálogo era siempre cogerse las manos y hablarse con pictogramas en las palmas.

Ya estaba pasando más tiempo de lo que estaba acostumbrada a esperar desde que llamara a su padre. Empezaba a estar nerviosa por si tenía que salir a pedir ayuda. Pero para eso no estaba preparada porque sólo conocía su casa.

Con las palmas hacia arriba esperando la respuesta, su miedo se convirtió en terror al sentir un olor extraño pero familiar. Se acordó de inmediato de cuando era niña e iba con papá de la mano por la calle viendo gente fea y sucia y su padre le decía que ella no era así ni lo sería nunca. Olía mal y ella no quería ir por esos sitios.

Ahora había alguien en su casa que olía así. El olor era cada vez más fuerte. No sentía vibraciones de pisadas o voces o el rozar con las paredes. Nada de nada. Sólo el olor.

El olor era más intenso a cada poco, alguien se estaba moviendo cerca de ella. Estaban a su lado. La cogieron sin esfuerzo. Notó con dolor cómo le tiraban del pelo hacia atrás y le inmovilizaban las manos y los pies; ella no puso mucha resistencia porque su instinto le dijo que era mejor así.

Al día siguiente, en el hospital, ya sin la máscara que había llevado durante años y que no le permitía ver ni oír, se despertó y gritó:

-¡Papaaaaa!

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