Joder. Casi me cogen. Me agarró de la camiseta y casi me tira al suelo. Creo que me la rompió. Con lo que me costó.
Estoy corriendo. Creo que son tres o cuatro los que me persiguen. Corro más que ellos. Creo.
Debí hacerles caso y darles el dinero cuando me dijeron que si se lo daba me dejarían ir sin más.
Pero no, seguro que si se lo daba, me darían una paliza de todas formas.
Joder, no se cansan. Llevo tres calles y ellos detrás.
Ahora están a distancia, puedo correr más despacio. Pero no paran de perseguirme. Siento como si no les importara el tiempo. Como si supieran que me van a atrapar de todas formas.
Tengo que fijarme en cada esquina por si han llamado a sus compinches para que me esperen en alguna de ellas.
No lo sé. ¿Por qué corren tan despacio? Parece que sólo corren para no perderme de vista.
Tengo miedo. ¿Y si me paro y les doy el dinero? Pero no. Esa fue su primera oferta. Ahora me harían pagar la carrera.
Joder. ¿Por qué cojones me metería en este barrio? Nunca más. Si sobrevivo.
Estoy cansado. Imagino que ellos también pero los sigo viendo ahí detrás.
Joder. Todo esto por, como mucho, cincuenta euros que llevo en la cartera. Debí pensarlo antes y dárselos. No merece la pena.
El metro. Pero no ahora. Tengo que entrar en el momento justo porque no puedo esperar ni cinco segundos en el andén.
Lo que tengo en la cara no es sudor. Estoy llorando. Me da tanto miedo pararme como seguir corriendo. Pero por lo menos tengo un plan.
Paso la boca del metro, miro el reloj y me quedan tres minutos. No puedo entrar ahora. Tengo que dar un rodeo.
No puedo más. Paro y respiro. Calculo mal y creo que me han reventado un ojo de un puñetazo. Me han alcanzado. Ruedo por el suelo pero me levanto corriendo a gatas arrastrándome o no sé como pero estoy corriendo.
La mitad de mi cara no existe. Hijo de puta. No le vi llegar. No veo por un ojo. Si llego a casa el espejo se va a romper.
Hijos de puta. Son capaces de matarme por unos putos euros. No me lo puedo creer. Quién me mandaba meterme es este puto barrio.
Corro. Oigo gritos detrás. Queda un minuto según mi ojo sano.
Entre el cansancio y el miedo y el dolor me entra la risa. Si consigo coger el metro en el preciso instante, me escapo. Si no, puede que me maten. Y me da la risa.
Ya me da igual. Lo intentaré casi por orgullo. Si me pillan, me reventarán a hostias pero yo me reiré. Y eso les joderá. Me da igual. No puedo más. Desvarío.
Los tengo a cuarenta metros. Bajo las escaleras. Salto la barrera; pagaré mañana.
Llega, llega YA el metro. Adentro.
Joder, qué segundos más largos. En marcha.
Con mi ojo bueno veo de refilón la frustración en sus caras. Hijos de la gran puta.
Me desparramo en el asiento. Antes pensaba que me dolía el ojo, ahora me duele de verdad. Tengo la ropa empapada de sudor. Tengo frío.
Me río símplemente por estar vivo.
Ahora puedo pensar. ¿Cuánto valía mi vida?
Abro la cartera. Calculé bien. Cincuenta euros.
Dejo la cartera en el suelo debajo del asiento y me guardo los billetes.
Nunca había sido tan difícil robar una cartera.
Sonrío y pienso que sí que volveré a ese barrio.
Es un reto.
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