Ph

El Ph de la piel humana anda entre 5 y 5.5. El del agua ronda el 7.

Ya nadie se acordaba de la celebrada misión a Júpiter. Habían pasado tantos años desde el histórico despegue, que la noticia de la vuelta de los astronautas no tenía ya mayor interés para las empresas de la prensa.

Las autoridades recibieron a los astronautas como a funcionarios de los de Roma a Flandes. Con discreción.

Ya situados, estabilizados y acostumbrados a la atmósfera, era la hora de reincorporarse a la rutina. Se había pensado que, tras tantos años fuera, era conveniente asignarles un tutor para reintroducirles en el ambiente actual, tan cambiado del que ellos se habían despedido hacía muchos años.

Al astronauta Ernesto se le asignó la tutora Nora que le acompañaría en su readapatación. Y comenzaron por caminar por la calle.

Tras una hora de deambular, Ernesto no estaba ojiplático sino aburrido de lo de siempre.

-Nora, perdone, pero las calles no me sorprenden. Han cambiado los edificios, sí. Pero sigo viendo a la gente como antes. No hay diferencia.

+¿No ve la diferencia, Ernesto? Quizá sea más sutil pero es más importante. La diferencia es la tolerancia. Cuando usted se fue a su misión, era difícil ser mujer o negro o feo o deficiente mental, etc… Ahora todo eso está superado. No hay discriminación por sexo, raza o cociente intelectual.

-¡Ah! Claro, claro.

+¡Ja, ja, ja! No me cree, ¿verdad? Mire, me podría desnudar aquí mismo, en plena calle, y nadie me acosaría ni me diría ni una palabra desagradable y ni me mirarían.

Ernesto, aceptó el farol: -Pues hágalo.-

Y Nora lo hizo. Se desnudó despacio de forma sensual al ritmo del ruido de los charcos vaciados por las ruedas de los coches y del murmullo de las conversaciones de la gente que pasaba impasible a su lado. Acabó, se abrió de piernas y se frotó con una señal de tráfico.

Ernesto como un tiesto por cabeza por la indiferencia de los transeúntes e iniesto con cabeza por la sensualidad de Nora.

+¿Me entiende ahora? La mujer ha dejado de ser un objeto sexual.

-Creo que sí. Lo que no entiendo es cómo se excita la gente ahora para tener relaciones sexuales.

+Hay medicinas para eso. Cuando hace falta, claro. En la intimidad. No es necesario excitarse todo el tiempo, ¿no cree?

Nora se fue vistiendo mientras conversaban y Ernesto fue calmando su excitación desmedicalizada.

Siguieron callejeando y Ernesto seguía sin notar grandes diferencias entre su tiempo y este.

Nora, un poco defraudada por la falta de asombro de su pupilo, se anticipó.

-¿Se ha dado cuenta, Ernesto, de que casi ningún policía es de raza blanca y de que casi todos los taxistas lo son?

+¡Vaya! ¡Pues no! Eso sí que es curioso.

-Ya sabe que en su tiempo había muchas denuncias sobre el racismo de la policía. Ahora, ese problema está solucionado. ¿Qué le parece?

+No sé. Hay algo que me resulta extraño pero muy familiar a la vez.

-¡Ja, ja,ja! Ernesto, le veo estupefacto. Y no me extraña. De su mundo no queda nada. Ahora todo es justo y paritario. Tenemos una presidente negra. En cada consejo de administración de cada empresa hay puestos para cada minoría racial y paridad sexual. Pero también en los trabajos menos cualificados se exige lo mismo: la paridad de razas y de sexos. Es obligatorio y ya no hay segregación de ningún tipo. No me extraña que se asombre.

+No. Me refería a que sigue habiendo mendigos por la calle. Como siempre. No veo diferencia.

-Es comprensible. Claro. Ha estado tanto tiempo fuera. La ciencia ha avanzado tanto. Esa gente que mendiga tiene la piel demasiado ácida o demasiado alcalina. Está demostrado que pueden ser tóxicos para la sociedad y que su nivel de productividad es bajo. Pero son libres, ¿eh?. Ahora, por primera vez en la Historia, todas las personas somos libres.

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