En el metro

En el metro de una ciudad, como todas, demasiado grande.

Ella entra en el cuarto vagón. Cansada, agradece que a esas horas no haya mucha gente y se pueda sentar.

Elige la parte de atrás porque le gusta observar a la gente; desde esa posición, parece natural mirar hacia delante y contemplar a los pasajeros sin parecer curiosa.

Entre sentarse al lado de una bola de panceta sudorosa que escucha algo con sus auriculares e intenta moverse rítmicamente y un señor mayor de traje gris que lee sosegadamente algo en su tableta, escoge lo menos pringoso.

El señor del traje gris ya estaba preparado. Deja que pasaren unos minutos y entabla conversación.

-Hola. He visto lo que piensas y me gustaría que vinieras conmigo.

+Perdona. No te conozco. ¡Déjame en paz, por favor!

-Somos 17 personas en este vagón. 161 en todo el tren. Pero yo sólo te quiero a tí.

+Me estás acosando. Te largas o llamo a la policía.

El señor le muestra su pantalla.

-¿Vas a llamar desde tu teléfono? Tus llamadas pasan a través del mío. Mira.

+¿Qué es todo esto? Todas estas rayas.

-Son las conexiones de todos los que vamos en el metro ahora. Pasan por mi, y yo decido.

+¡Qué coño decides tú! Si quieres ligar o dar miedo, lo estás haciendo mal. Voy a llamar a la policía en tu cara.

Ella no se marca un farol: llama a la policía.

-¡Vaya! Parece que mi teléfono está sonando. Llamada entrante. ¿Es este tu número?

+Esto es muy raro. ¿Qué cojones quieres? Aquí hay mucha gente. No sé porqué no me pongo a gritar.

-Te lo dije antes. De entre todos los pasajeros del metro he seleccionado tu pensamiento. Ven conmigo.

+Pero, ¿qué pensamiento de los cojones?

-El que tuviste hace unas horas en tu trabajo. Ese que tuviste entre dejar a tu novio por lo aburrido que es y en depilarte las ingles. ¿Te acuerdas?

+¡Estás loco! ¡Yo no he pensado nada de eso! ¿De qué cojones hablas?

-Vamos. Estoy acostumbrado. Te lo pongo en mi tableta para que lo escuches con tu voz.

+Esto, esto… Esto no puede ser legal. ¿Lo que pienso se graba? ¡Me estás tomando le pelo!

-Escucha. Ponte estos auriculares. No querrás que todo el mundo sepa lo que piensas… La privacidad es importante.

Ella escucha su pensamiento y la humedad dentro del vagón aumentó unas centésimas.

Y, susurrando:

+¿Qué cojones quieres? Me voy a poner a gritar.

-Y ¿qué vas a gritar?

+Que me estás acosando. Alguien me ayudará. Y hay cámaras en el vagón.

-Sí. Se está grabando todo. ¿Cómo vas a explicar que te acosa el pasajero que se sienta cinco ventanillas delante de tí?

+¿Eh? Si estás a mi lado, imbécil. Te puedo meter el dedo en el ojo si quiero.

-Mira, en mi tableta puedes ver lo que está sucediendo ahora mismo. ¿Lo ves?

+Claro, estoy sola, ¡ya!. Esto es un vídeo. Cojo este metro cada día. ¿Crees que soy tan tonta? Ahora me das pena.

-No dejes de mirar a mi tableta y haz algo, lo que quieras. Muévete, estornuda, levanta los brazos, dame un puñetazo, lo que sea.

En ese instante, en ese desafío, fue cuando ella sintió miedo. Antes le parecía un juego estúpido de mal gusto y se sentía a salvo entre la gente y un viejo que no aguantaría derecho una bofetada suya. Pero ahora no tenía respuesta para lo que intuía que se le iba a mostrar.

Levantó un brazo y pudo ver en la pantalla que ella levantaba su brazo.

+Es mentira. Si estamos los dos. ¿Por qué no sales tú a mi lado?

Él se levantó del asiento y se vio en la pantalla que un señor en la parte delantera se levantaba del asiento.

+Voy a gritar. Voy a armar un escándalo y tengo testigos. ¿17 dijiste?

-Bien, puedes hacerlo pero, ¿para qué? El juez que juzgue el caso verá las grabaciones y le parecerá inverosímil que te acose a veinte metros de distancia. Los testigos verán las grabaciones y dudarán entre lo que recuerdan y lo que verán en las grabaciones. Y, obviamente, desconfiarán de sus recuerdos. Lo grabado es irrefutable. ¿Tú creerías a tus recuerdos o a lo que pueden ver tus ojos una y otra vez?
Yo no tengo prisa pero debes venir conmigo. Has tenido un pensamiento fantástico para nuestro producto.

+¿Qué producto? Y, si he pensado tan bien, ¿cuál es la oferta?

-No hay oferta. Simplemente, ese pensamiento que tuviste no conviene a mi empresa. Debes venir conmigo.

+Pero, ¿Eres imbécil? ¿Y si no me voy contigo? ¿Qué?

-Bueno, eso no depende de mi. Más bien de la importancia que mi empresa le de a tu pensamiento. Si no vienes conmigo, podrías aparecer ahorcando a un perro, teniendo sexo con quien sea, maldiciendo a tu madre… no sé. Cualquier cosa. Mi empresa decide. Si lo consideran leve, se verá en internet. Si les parece grave, ya sabes, periódicos, televisión…
Si ves la televisión, ya has visto a mucha gente que se ha negado a venir con nosotros.

+Pero, ¿cómo crees que yo me puedo tragar todo esto? ¡Oh, sí! ¡Eres un ángel que cuida de la gente para que no la mancillen!

-No, sólo soy un empleado. Te doy una oportunidad para no dañar tu reputación y publicarla. No es por tí, es cierto. Simplemente es menos oneroso para mi empresa. ¿Conoces las consecuencias de tener una mala reputación pública? Mira la pantalla. Esto es la última reunión en casa de tu amigo Ernesto. De todas las personas de las que os reíais o a las que criticabais, sólo tres de cada diez habían hecho lo que vosotros suponíais que habían hecho. El resto no aceptó la invitación de mi empresa. Esas personas con esa reputación no son contratables, no tienen amigos, su familia les abandona, tienen que camuflarse para ir por la calle. ¿Quieres que te pase a tí?

+Esto es un chantaje. Pero te has equivocado. Yo no le importo a nadie. No soy famosa, personaje público o como lo quieras llamar. ¿Por qué yo?

-Mi empresa nunca se equivoca. ¿Quieres que te enseñe el vídeo de la última vez que tu hermana te dejó a tus sobrinos para que los cuidaras mientras ella se iba al cine? Es duro. De cárcel. Mira.

+Eres un hijo de puta. ¿Cómo voy a hacer yo eso a mis sobrinos? ¡Hijos de puta!

-¿Vienes conmigo?

+¿Tengo otra alternativa? ¿A dónde? ¿Qué va a pasar conmigo?

-Tranquila. No saldrás en televisión.

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