La cápsula

-Señor presidente, es una idea descabellada, irrealizable y peligrosa.

+Señor ministro, ¿cómo puede ser irrealizable y peligrosa a la vez? Ambos adjetivos son excluyentes.


Usted me acaba de dar los datos: sube mes tras mes el índice de criminalidad, más asesinatos, más violaciones, más robos con violencia, etc. La policía está corrompida, no podemos competir en sueldos con lo que les paga la delincuencia organizada. No podemos atender a las víctimas adecuadamente. La sanidad pública ya es testimonial y la mayoría de la gente no puede costearse la privada. Y las víctimas, en la mayoría de los casos, son irrecuperables como personas activas, son rémoras y no hay recursos.
Estoy convencido de que el plan que les he propuesto es la única solución viable. Ustedes entienden de asuntos técnicos. Yo no me avergüenzo de no saber de nada salvo del espíritu humano.

-Pero, señor presidente, ¿realmente cree que dispensar cápsulas de cianuro en las farmacias gratuitamente es la solución? A los delincuentes les resultará gratis asesinar a sus víctimas. Es una locura.

+Los delincuentes no matan con pastillas generalmente. Precisan del dolor de sus víctimas para coaccionarlas. Imagínese un atraco en el que el atracador intente que el atracado se trague una cápsula. Es más sencillo actuar con el sistema clásico de arma blanca o de fuego. Además, las cápsulas solucionan el tema de las víctimas inútiles para la sociedad. ¿Cuánto cuesta una persona violada en tratamiento, una persona herida en hospitalización? De este modo tienen una salida sencilla.

-Presidente, señor, si no entiendo mal, está hablando de facilitar el suicidio a las víctimas de la delincuencia aprovechando su baja autoestima y sus daños psicológicos y físicos tras un incidente en el que queden mal paradas. Aparte de parecerme una aberración ética y moral, no veo que esta medida que usted propone pueda afectar a los delincuentes. ¿Van a dejar de asesinar, de robar, de extorsionar?

+Facilitar el suicidio también sirve contra los malos. Usted, ¿nunca se ha querido morir tras ser responsable de un hecho, si no bochornoso, al menos grave? Y, si como suele ser habitual tras acometer tal hecho, ha ingerido alcohol u otra sustancia depresiva; ¿acaso no se hubiera quitado la vida de ser tan sencillo hacerlo?
-Ernesto, presidente. Perdona el tuteo pero es que ya nos conocemos desde el colegio y esto se está saliendo de madre. Creo que todos estamos con el ministro Peláez. Es una insensatez decirle a la gente que se suicide si tiene una mala racha y ponérselo fácil. En lugar de ayudar a las víctimas les decimos que se mueran y esperamos que a los delincuentes les remuerda la conciencia para que se maten ellos solos. ¿Es eso? De verdad que no lo veo. Y creo que te has olvidado de algo: la religiosidad. El setenta por ciento de la gente sigue alguna confesión religiosa mayoritaria y todas condenan el suicidio.

+Ese tema ya está solucionado. Dentro de seis meses se emitirá una encíclica y varias fetuas uniformes en el sentido de perdonar los pecados en caso de suicidio inmediato tras cometerlos. Ya está todo redactado y sólo faltan algunos flecos.

-Señor presidente, ¿está diciéndonos que ha convencido al papa y a los ulemas para que cambien de un plumazo el dogma vigente desde hace siglos? Creo que merecemos una explicación al respecto.

+Señor ministro: el poder, el dinero, el sexo… son las mayores ambiciones para el ser humano. Pero hay un sentimiento más potente que toda ambición: el miedo. El miedo a perder lo que se tiene. Hemos tocado esa tecla con los mandatarios religiosos y tenemos el campo abierto. ¿Alguna objeción más? ¿Dimisiones?

-No, señor presidente, pero, ¿usted adquirirá también una cápsula?

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