Objetivo erróneo

Ya lo tenía todo planeado para acabar con su pesadilla. Gracias a los conocimientos de su trabajo había elaborado unos planes pulcros y con grandes probabilidades de éxito. Aún así no se hacía muchas ilusiones. Sabía que tantos meses de sufrimiento habían mermado sus capacidades. No era exhaustivo. El sufrimiento de los meses no te trastorna. Lo hace el diario. Día tras día con la misma voz en la cabeza: «cállala, apágala, destrúyela, acaba con ella». Y el dolor insoportable en las sienes. No es el dolor que te postra y que arreglas con analgésicos. Es el que no te deja pensar en nada más que en la voz que te lo produce.

Todo empezaba por la mañana. A pesar de que por su trabajo estaba entretenido leyendo varios periódicos y escuchando las noticias de la radio, la voz en su cabeza le empezaba a recomendar suprimir algo en su vida. A lo largo del día la voz iba remitiendo a la par que sus fuerzas de modo que por la noche ya sólo quedaba un susurro. Pero a la mañana siguiente emergían renovadas sus energías y las de su voz interna.

Tal y como hacen o hacemos los locos, descartó de inmediato estar loco. No le costó mucho tiempo identificar los objetivos. Eran tres. Sabía que debería suprimir uno de ellos.

Sensato, empezó por el le parecía más fácil o más probable. No se atrevió. Cuando se reafirmó en su amor a su esposa, descartó matarla y se separó de ella. Viajar por trabajo durante un par de semanas era su excusa fundada.

En el hotel, su vida era casi la habitual, periódicos, radio, traje, documentos y a trabajar. Pero el dolor de cabeza insoportable y la voz que proponía la solución persistían. Tras dos días de insoportable dolor fabricó recuerdos de su esposa hablándole de cosas que no le interesaban, hablando cuando él quería pensar en otra cosa, hablando y hablando sin parar.

Sus dos semanas de retiro acabaron a los tres días. La vida de su mujer acabó a los cincuenta y cuatro años.

Expectante, apenas durmió a pesar de estar seguro de no haber dejado pistas. Tras todos los trámites, podría seguir con su vida. Su conciencia y su corazón estarían manchados para siempre pero de un color invisible para los demás. Al final de la noche, el cansancio le durmió un par de horas. Tenía una reunión importante y siguió sus hábitos: información, desayuno, higiene, traje y a trabajar.
En la primera fase ya sintió las punzadas en la cabeza que le señalaban que se había equivocado de objetivo. Supo que debía seguir con su plan e ir a por el segundo objetivo.

No esperó más. La misma noche siguiente. Su madre le seguía atormentando desde que era un crío con sus reproches y consejos. Alguna vez había discutido con su mujer porque ésta le había recordado algún gesto o frase de su madre aposta, sólo para reírse de él. Se engañaba pensando que sólo por eso era justo haberla matado, aunque se hubiera equivocado de objetivo. Pero a su madre no la quería. No iba a tener ningún escrúpulo porque estaba seguro de que era la voz que tenía que callar.

Fue realmente fácil y limpio. Volviendo a su habitación del hotel pensó que quizá debería pasarse al otro lado de su profesión. Se le daba bien. Pero ya habría tiempo mañana para pensar si con el segundo objetivo desaparecía su tormento.

Con el cansancio acumulado y algo de alcohol pudo dormir algo menos de lo necesario pero lo suficiente. Se levantó. Se sintió mal pero lo normal. Dudó de que alguien se sintiera realmente bien al día siguiente de haber matado a su madre.

Empezó con su rutina y su tortura empezó la suya. Se sintió desdichado por haberse equivocado dos veces de objetivo. Sabía que había tres causas posibles. Se equivocó en el orden de ejecutarlas. Pero ya era tarde para lamentarse y la voz le gritaba y su cabeza estallaba a momentos. Tenía que ir a por la tercera ya mismo. Se levantó de la silla a toda prisa, apagó la radio y su dolor de cabeza y la voz interior desaparecieron al instante.

Alivio.

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