Novios

Reconozco que abandonarte en la playa nudista cuando estábamos tomando el sol y llevarme tu ropa, no estuvo bien.

Pero ponerme aceite en los limpiaparabrisas del coche, estuvo mal. Hizo que no viera nada al ponerlos en marcha y, menos mal, iba despacio y la farola contra la que me estrellé cedió.

Me imagino que lo pasarías mal cuando até a tu perro en la rama de la copa de aquel árbol. Me costó mucho subirlo. Y el pobre estaba acojonado. La factura de los bomberos tuvo que ser guapa.

Reconozco que meter el tubo de un aspersor por debajo de la puerta de mi casa y esparcer purines fue una buena putada. Ya han pasado meses y aún sigo viviendo en un hotel. Mi casa sigue apestando.

Yo no tengo la culpa de que seas hija de un capitán de la benemérita. Sí que soy responsable de que le llegaran los vídeos porno tuneados en las que todas las actrices tenían tu cara. Y si se murió de la impresión sería porque no tenía bien la patata o porque no había visto lo suficiente en su vida. Yo qué sé.

Algún día me contarás cómo conseguiste acceder a mi taquilla de la piscina y qué me echaste en los calconcillos. Estuve dos semanas sin poder sentarme. Y me daba vergüenza ir al médico.

Supongo que tendrás nuevas amistades. A las que tenías les conté todo lo que pensabas de ellas. Ya sabes, esas maldades sinceras que me contabas en la intimidad. Es que los secretos, tienen esos riesgos.

No te puedo echar en cara el día en que me atracaron tres tipos enormes con pipas y, en vez de quitarme el reloj y la pasta, me raparon al cero. Pero tú sabías lo importante que era para mí mi melena.

Pero, bueno, lo pasado, pasado. Estamos en el altar a punto de ser marido y mujer.

Y, oye, ¿qué le pasa al cura? ¿Porqué está tirado en el suelo, retorciéndose y echando espuma verde por la boca? ¿Le has puesto algo al vino? Mira que tenemos invitados.

 

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