El alcalde Robanote

Eran una familia feliz. La madre, una gran gimnasta y científica afamada. Durante años había inventado infinidad de objetos útiles para la gente.
El padre, un buen artesano que tejía las alfombras más cómodas y deslumbrantes del país.
La hija seguía sus estudios con buenas notas, tenía amigos y no le faltaba nada para ser feliz.

Dije que eran felices porque ya no lo serían tanto desde que a la ciudad de Mandamás llegó como alcalde don Ernesto Robanote.


El nuevo alcalde, apoyado por los más ricos de Mandamás, aprobó nuevas e injustas leyes por las que los más pobres deberían pagar más impuestos que los ricos.

Aunque los padres de la niña estaban dentro del grupo de los ricos, se opusieron de inmediato a las nuevas leyes porque éstas harían que los pobres se hicieran más pobres.
Intentaron informar a todo el mundo sobre la injusticia de las nuevas leyes, para que se rebelaran y poder echar al alcalde. Pero nadie les hizo caso: los ricos porque las nuevas leyes les harían más ricos, y los pobres porque no entendían nada de leyes.

Lo que pasó después fue que el alcalde Robanote y los demás ricos de la ciudad se empezaron a preocupar porque los padres de la niña no cejaban en su empeño de querer enseñar a leer y a escribir a los más pobres, para que así entendieran el significado de tan injustas leyes que les perjudicaban.

Tan preocupados estaban los más ricos de la ciudad, que dejaron de contratar los servicios de la madre de la niña, aunque perdieran a la mejor investigadora de todo el país; y prohibieron a todos los ciudadanos comprar las alfombras que el padre hacía con tanto esmero.

Poco a poco, la vida de la niña, antes tan feliz, se fue tornando en penosa. Cada vez eran más pobres. Comenzó a llevar la ropa remendada, porque no podían comprarla nueva; su madre inventaba juegos y juguetes con palos, cartones, piedras; y lo que es peor, se había quedado sin amigos porque todos los padres de los demás niños les habían ordenado que no jugasen con ella; que ni siguiera la hablaran por ser hija de los que no querían acatar las leyes.

A falta de amigos humanos, la niña se fue haciendo amiga de los animales, que la querían por ser ella misma, aunque tuviera que espachurrar a alguno de vez en cuando, como a los mosquitos, que también la querían, pero para otra cosa.

Una vez, de madrugada, una luz la despertó. Era una luz pequeña pero brillante, que no paraba de moverse. Decidió seguirla a distancia para no asustarla.
La luz salió de su habitación y bajó las escaleras hasta el piso de abajo, dio varias vueltas en el aire hasta meterse en una de las botas de su madre.

La niña se acercó con sigilo y se asomó a la bota. Lo que vio fue un bicho feo, pero con una cara simpática y mucho miedo.

Sin poder comunicarse con palabras, ambos se entendieron. La luciérnaga buscaba calor en esas frías noches de invierno y las botas de su madre estaban calientes.
Todo bien. Pobre luciérnaga. ¡Un momento! ¡Calientes! ¿Cómo era posible que a esas horas de la noche las botas de su madre estuvieran calientes?, ¿cómo si se las acabase de quitar? Si llevaban horas acostados…

Alarmada, esperó a la noche siguiente sin preguntar nada durante todo el día. Tras acostarse puso sus oídos alerta y tras una hora, más o menos, escuchó la puerta de la calle cerrarse.

Como fue precavida, tras acostarse se había quitado el pijama y puesto ropa de calle. Sólo tuvo que ponerse las botas y el abrigo. Salió para saber por qué su madre se iba de casa por las noches. La siguió sin hacer ruido hasta que su madre se paró delante de la verja que protegía la casa del alcalde Robanote.

Era una verja altísima, pero su madre la saltó sin esfuerzo, corrió sin hacer ruido hasta la mansión y abrió una ventana para meterser en la casa.

Todo parecía fácil, pero cuando la madre metió su cabeza, sonó un ¡ZAS! y quedó atrapada.
Era un cepo para personas.

La niña, que lo había visto todo, no dudó un instante y superó la verja, corrió hacia la ventana donde estaba su madre atrapada y se paró unos segundos al ver la ventana de al lado abierta.

Buscó una rama rota de un árbol y la introdujo en la ventana, ¡ZAS! Otro cepo.
La rama quedó hecha trizas.
Salvado el obstáculo, se metió en la casa por esa ventana y llegó hasta su madre atrapada, que no sabía si llorar de miedo o alegría al ver a su hija allí.

Pero no tenía tiempo para llorar. La niña intentó abrir el cepo que aprisionaba a su madre, pero no tenía la suficiente fuerza. Tenía que desarmar el mecanismo. Pero, ¿cómo?.

Recordó que siempre le parecía increíble lo que su padre hacía con una agujas: alfombras de dibujos imposibles. Y también recordó que su padre se pasaba horas y horas hasta conseguir los nudos precisos.

Así que se puso manos a la obra: encontró un abrecartas y se dispuso a romper el mecanismo del cepo, igual que su padre hacía con las alfombras: concentrada y con paciencia.
Le costó mucho, pero lo consiguió. Liberó a su madre. Se dieron el abrazo más fuerte que jamás se habían dado.

Al acabar, su madre le dijo:

– Hija mía, has heredado mi agilidad para saltar la verja y mi inteligencia para no caer en el cepo como yo. También has heredado la habilidad de tu padre quebrando el mecanismo del cepo que me atrapaba. Llevo muchas noches buscando el dinero que el alcalde les quita a los pobres, y al final lo he encontrado. Está en esta casa.
Sólo me queda saber qué clase de persona eres. Nos lo podemos quedar para los ricos  o lo devolvemos a los pobres. ¿Qué quieres hacer?.

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