Cuando eres joven te duele lo que se cura y de viejo lo que se pudre, lo irreversible, lo que ya no tiene más remedio que el analgésico o el paliativo.
Este chico al que voy a intervenir en media hora está sano según el informe y los análisis. Es decir, cada parte vital de su cuerpo está sana, cada músculo, hueso o tendón están sanos sin decadencia por la edad o por vicios. Con este material, Pigmalión hubiera hecho unas buenas entrañas para su novia sin necesidad de Afrodita. Pero buena parte de sus órganos vitales sanos están destrozados por lo que veo. Accidente de tráfico. No pone nada más.
No pone si se estrelló contra un poste o contra otro coche. Ni siquiera si iba en coche. Si fue su culpa o la de otro. Eso sí, limpio de drogas y alcohol. Eso lo pondrían: es necesario detallarlo. Pero mejor así. Mejor no saber a quién vas a intentar darle bola extra. Mejor no conocer nada de su vida y las circunstancias que le han traído hasta aquí. Todo el mundo tiene ideales, intereses y prejuicios que valen más que los juramentos. El mío es inquebrantable pero me huelo que Ernesto, el de neuro, a algún paciente le pondría el cerebro del revés si supiera de su afiliación política o futbolística.
Sin quererlo, yendo al quirófano vuelvo a pensar en Nora, mi pequeña Nora. Ya han pasado casi cinco años pero este sentimiento me acompañará por estos pasillos hasta que no me dejen transitarlos. No me pasa siempre, sólo cuando tengo que intervenir a alguien joven, con el cuerpo recién estrenado y la mente por escribir como la de ella. Estoy seguro científicamente de que sus médicos hicieron todo lo posible por salvarla pero siempre pienso que pudo haber algún detalle que se escapó, alguna distracción, alguien sin dar el cien por cien… Aún con la certeza, a los padres siempre nos queda la duda y, cuanta más certeza, más desconfiamos. Es la lucha entre el cerebro y el sentimiento. La ciencia y la fe que dirían otros. Llegó a urgencias destrozada. Como este chico y otros muchos que han pasado por mis manos. De algunos yo ya sabía que se morirían al primer vistazo tras abrir. No todo se puede recomponer. Ni siquiera compensar. Antes de lo de Nora esas derrotas eran parte de mi trabajo. Desde entonces es algo personal.
Después me concentraré pero ahora pienso en qué estaría pensando el chico un segundo antes del golpe, del dolor y de no ver nada. En cómo sería su vida, sus planes y, sobre todo, en sus padres. Pienso en ellos y les preparo y me preparo para lo que sea porque yo, que he estado en ambos lados, sé que desde los dos sitios se ve el abismo. Desde su lado ven en mi un puente cuando yo sólo veo un sedal y, al terminar la intervención, le pongo maderos al puente o les enseño el hilo cortado.
Con el aburrimiento del lavado de manos y brazos me viene la rutina de recordar a mi padre, que trabajó en este viejo hospital, cuando me decía que en sus tiempos se podía operar en el suelo, y la primera vez que vi una gasa de una intervención anterior en el quirófano. Alarmado, se lo dije al adjunto y se canceló la operación. Después, a solas, mi jefe me echó sobre mi espalda las listas de espera para cirugía. Si por un trocito de tela en una esquina hay que parar, apaga y vámonos. No sé si sólo yo sentí el terremoto producido por Semmelweis, Pasteur y Koch removiéndose en sus tumbas.
Lena, mi enfermera favorita, que es tan escrupulosa como yo, me ha dicho que está todo en orden y entro en el quirófano. Como siempre, en cuanto vea a mi paciente, se acabarán mis pensamientos y mi concentración será absoluta. Llego hasta el cuerpo y veo algo que no está bien. Lena, que me conoce de sobra, se da cuenta enseguida.
+Doctor, ¿qué sucede?
-Lena, que alguien compruebe la ficha del paciente.
+Comprobado, doctor. Es la ficha correcta.
Cuando eres joven temes al futuro, a la incertidumbre. Cuando eres viejo tienes miedo del pasado porque sabes que el pasado siempre puede volver, en cualquier momento, ahora. En el futuro hay esperanza; en el pasado, no.
Aún con la cara amoratada y entubado sé que es él. Lo sé porque duermo con él, como con él y me ducho y cago con él desde hace cuatro años y medio. Desde que vi su sonrisa al salir libre del juzgado absuelto del asesinato de Nora a causa de la anulación de pruebas por fallo en la cadena de custodia. Él sabe que la mató, su abogado y el juez también, pero la ley lo dejó libre. Mi cuerpo tiembla aunque no se note en mis manos. Ahora yo impartiré justicia y sé que sea cual sea el veredicto, mi condena será eterna.