El doctor

Dios sabe que en los cientos (supongo) de muertes en las que participé, nunca llevé yo la guadaña. Los idiotas que me rodean tampoco la llevan, sólo prueban y yerran como los niños y los sabios.

Cuando conocí a mi mujer y a mis hijos ya habían pasado muchos años desde que empecé a vivir con ellos. Cuando mi mujer murió, aprendí que ver a la gente y mirar a las personas son cosas distintas.

Ahora lo veo claro. Pero ha tenido que ser ahora después de tantas oportunidades perdidas. Es mentira que nunca es tarde. Eso sólo lo dicen los que no han perdido nada. Idiotas.

Como estos médicos titulados que pululan a mi alrededor. No tienen ni idea. Se creen dioses porque saben en qué página del libro está el remedio para la enfermedad del paciente de turno. Pero, ¿qué pasa si los síntomas del enfermo no salen en ninguna página? Así están, hablando y hablando sobre todo lo que han leído y lo que no encuentran en sus lecturas pero con un miedo atroz a investigar qué coño le pasa al paciente.

¿A cuántos de estos habré echado de mi equipo en mi carrera? Inútiles que saben hacer la O con un canuto. Pero no les pidas que hagan el cero.

Seguro que todos saben quién soy.

Yo escribí algunas de las páginas que ellos se saben de memoria y por lo que se consideran sabios sin haber hecho nada en su vida salvo leer. Idiotas.

Se creen que con estar ya vale. Ninguno de estos se ha planteado nunca cómo se escriben las páginas del vademécum o de Science.

Alguien debería decirles que no se escriben sobre papel sino sobre la piel de cadáveres. De miles de cadáveres.

Es sencillo: todos queremos curarnos. Algunos médicos queremos aprender a curar. ¿Cómo se aprende? Practicando. ¿Cómo se practica? Experimentando. Prueba y error.

Pero todos estos que me rodean no tienen ni idea. Sólo se saben las páginas y el léxico técnico para desorientar al paciente y no admitir que no tienen ni idea.

Todos me envidian pero no sacrificarían un ápice de lo que yo lo he hecho para ser como yo.

No saben lo que es obviar los ojos de tu esposa implorando el tratamiento recomendado. Ver que tu experimento falla y que ella se muere. Es muy duro si no fuera por las valiosas notas que tomé.

Van con la banderita pinchada en el pecho de los derechos humanos pero sus abuelos viven gracias a las muertes de otros. Sus perros son parte de la familia pero no dudarían en sacrificarlos para salvar la vida de un hijo. Hipócritas. Si sus abuelos viven, si la medicina avanza, es gracias a eso. A sacrificar a los que son de la familia pero menos.

Nadie se atreve a decírmelo a la cara pero sé que me insultan por ser rico; por no divulgar todos mis tratamientos para ganar dinero. Es mi esfuerzo, mi ciencia.
¿Por qué debo compartirla? De hecho, comparto todos mis descubrimientos tras haberles sacado algún rendimiento. ¿Es que mi inteligencia, mi esfuerzo, mi sacrificio, debe ser gratuíto?

Menos mal que me han dejado un minuto de respiro.

Aquí vuelven y creo que vienen en serio.

Al menos puedo oir y sé lo que me van a hacer. Pero es una intervención a la desesperada. Si lo hacen así me van a matar. Hace tiempo que ya encontré la forma de resolver casos como el mío.

Pero no lo saben, aún no lo publiqué.

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